Ante lo inesperado, no se inmutó. John McClane tuvo miedo. Más cuando veía a Holly, su esposa, en riesgo. Pero este sentir no fue un impedimento, sino un catalizador para hacer frente a las balas, a los matones y, a su mayor temor, los aviones.
Distante del prototipo heroico Schwarzenegger, de torso con 'cuadritos' y cabellera digna del mejor shampoo, John, un testarudo policía de Nueva York gustoso de las camisetas blancas sin mangas, no se valió de un arma infalible, una rudeza sin sentido, un pasado militar o un poder de otro planeta.
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Sus puños, las contadas balas de su pistola, su intuición y, principalmente, el amor - por su esposa, por sus amigos, por los inocentes y por él mismo, en constante lucha contra sus demonios internos -, fueron responsables de sus proezas, que comenzaron una noche de Navidad y llegaron a los cines el 22 de julio de 1988, bajo el mote de Duro de matar.
La primera película de la saga, que encumbró a un ascendente Bruce Willis - que hoy, 19 de marzo, cumple años - como McClane, el hombre de acción por antonomasia, fue una sorpresa mundial.
En una década dominada por Rambo (1982), Terminator (1984), Retroceder nunca, rendirse jamás (1986) y Nico (1988), cuyos personajes principales eran feroces, que lo mismo cargaban un lanzallamas con una mano que apuñalaban a decenas de enemigos con un cuchillo, pocos daban su voto de confianza a un héroe vulnerable, capaz de tirar un chiste en un momento de tensión o de exhibir sus problemas matrimoniales o de burlarse de sus enemigos con la frase "Yippee-ki-yay, motherfucker".

Un héroe que siempre estaba el lugar y momento incorrectos. Un héroe que, más que el Olimpo personal, quería proteger a los suyos. Y sobrevivir en el intento.
En 1988, Willis aterrizó en el personaje de McClane por 5 millones de dólares y bajo muchos cuestionamientos. Previamente, el nacido en Alemania occidental solo tenía un estelar cinematográfico en su CV: la película Cita a ciegas (1987). Una comedia romantica. Esto alimentó la desconfianza de su elección para Duro de matar, aunque ya tenía experiencia en el género de acción gracias a la serie detectivesca Luz de luna.
Por su parte, McClane aterrizó en Los Ángeles no por venganza o fama, sino para reconciliarse con su mujer, Holly Gennaro. Decidido a renovar su amor, acudió a la fiesta navideña de ella en el piso 30 del rascacielos Nakatomi Plaza. La idea era darle una sorpresa, pero ésta se la llevó él cuando, tras ir al baño, regresó y vio que un grupo terrorista, comandado por el astuto Hans Gruber (Alan Rickman), tomó el lugar.
Así comenzó el ascenso de Bruce y McClane a la cima del cine de acción. Sus tosquedades, errores, ingenuidad, formas de amar y esas capacidades para reinventarse y sobreponerse a las dificultades, tanto comunes como extraordinarias, los hicieron actor y personaje cumbres del género. Sin temor a decirlo, de ahí beben los héroes modernos que tampoco temen a mostrar sus sentimientos, como John Wick.
Ahora, John enfrenta una última misión: hacer que quien le dio vida no pierda tan pronto la suya. Enfermo de afasia, ojalá el actor de 70 años no olvide que, armado solo con su tenacidad y testarudez, y una que otra arma que iba encontrando en el camino, pudo contra Gruber, contra los aviones y contra el mundo.
hc